
Las personas llegamos a un límite donde nos sentimos cansados o hartos de acciones, actitudes, emociones e incluso de personas. Pero todo se resume a mi modo de ver, en acciones repetitivas cuando esperamos algo más y sucede lo contrario, una decepción que se convierte en una lección aprendida.
Me estoy volviendo insensible, quizá es bueno. Es inevitable, por cada acción una reacción, por cada causa una consecuencia. Eso de decir: «no quiero que cambies», «no quiero hacerte daño», son discursos que sinceramente ya me aburren. Nadie es capaz de nada, un miedo inevitable peor que a la muerte. No quiero entenderlo, ni me interesa.
Ahora me sumo a ustedes, de aquellos con vida y sonrisa falsa. Es fácil ser común. Gracias.
– Te regalé un cuadro hecho por mí misma, lo puse en la pared de tu sala. Lo viste, sonreíste, pero lo quitaste para que el resto no lo vea. Pateaste mi corazón, lo cortaste y lo guardaste hasta el momento que creas necesario mostrarlo. Ya no te necesito.
– Vamos a cambiar las cosas, caminemos juntos, pero de pronto no quisiste hacer nada, porque es más fácil rendirse y esconder la cabeza como avestruz como sino hubiese pasado nada.
Saben, no se me da la gana de ser igual que algunos de ustedes. «Tú no puedes comprar mi alegría, tú no puedes comprar mis dolores». Ni comprarlos, ni venderlos, ni cambiarlos, ni moldearlos. Mi felicidad no depende de nadie, sino de mí. Y por ahora sólo pensaré en mí de la forma más ‘egoístamente’ posible.