Cuando la mañana llegue todo habrá pasado. Cuando las paredes se alcen, me sentiré más segura. Cuando el día me deje, estaré en mi sitio.
Estaba en mi cama, tenía almohadas pero no las usaba, excepto cuando tenía que leer o quería ver alguna película. Los soundtracks que escuchaba me devolvían a mi mundo imaginario y perfecto, aquel donde soy desde un humano con brazos de tentáculo, una pirata que usa lentes o una pequeña Samurai.
Todos los días vigilaba mi ventana, temiendo que un alíen apareciera detrás de ella y me mirara con sus enormes ojos. No sé lo que haría después, pero prefiero no saberlo.
En medio de la oscuridad, estaba de pie en un lugar desconocido y era incapaz de mandar sobre mí misma. Escuchaba el tic tac de un reloj que me hacía sentir que había llegado al lugar indicado. Breves relámpagos huérfanos, apenas iluminaban el santuario de sombras de pequeños cuervos. Deformes charcos se dibujaban en el suelo y cuyo reflejo me mostró que llevaba una capa roja.
En medio de mi distracción, una luz se proyectó delante de mí y apenas pude divisar la silueta de un hombre que caminaba hacia mí. Cuando este giró la cabeza a un lado, aquel extraño ser portaba una máscara con un largo pico. No podía moverme, pero él se acercó y extendió su mano solicitando la mía. Tenía miedo, pero no podía negarme.

No podía dejar de verlo, algo dentro de mí me decía que ya lo conocía de antes, pero no pude adivinar quién era. Guiada por su mano, le seguí y mientras caminaba escuchaba voces que repetían susurrando en todo momento: Hieros gamos. No sabía lo que significaba, pero me seguí dejando llevar por aquel ser con pico de ave.
Llegamos hasta un lecho, él se despojó de todo su ropaje excepto la máscara. Se sentó y me acercó hasta él. Debajo de la capa roja que traía puesta no vestía nada más. Él se acostó mirándome de frente y me invitó a seguirlo, cerré los ojos por un momento y al abrirlos seguía en el mismo oscuro lugar, pero esta vez además de los cuervos, habían espectros observándonos. Me dejé llevar, apoyé una rodilla sobre el lecho y luego la otra hasta quedar encima de él. Seguía percibiendo que lo conocía. Alcé mi capa y me sumergí en nuestra tentación. Aquellos espectros que estaban a nuestro alrededor gritaban como si se desgarraran del dolor.
Nuestros cuerpos intercambiaban sus deseos y jugueteaban con nuestros solitarios espíritus. Aquella habitación oscura matizaba ahora en color rojo y negro. El placer infinito se apoderaba de mí, hasta que nuevamente logré tener control sobre mi cuerpo, entonces bajé mi boca hasta su ombligo y lo besé hasta llegar a su cuello. Finalmente lo devoré a mi antojo, no me cansé de morderlo hasta desollarlo. Su cuerpo inmóvil y con mis manos llenas de sangre, me acerqué a quitarle la máscara y durante eso, una de sus manos clavó sus largas uñas en mi pierna, dejándome una enorme marca que rasguñó hasta quedarse completamente quieto. Procedí a quitarle la máscara pero su rostro había desaparecido y con él, mi sueño.