
Cuando las decisiones no empatan, surgen los problemas. No sé cuán importante llega a convertirse alguien en tu vida hasta que sientes que ya no puedes abandonarlo. Lo intentas, pero algo más te hala. Hasta eso es mejor sentarse y llorar. Y así fue como él llegó.
Eran las cuatro de la tarde. El cielo prometía estar nublado, el viento mecía cualquier alma tranquila y la ciudad parecía adormecida como cualquier fin de semana. Aproveché la tarde para ordenar la casa. En mi playlist sonaba Philip Selway. Como si fuera premonición, al momento que sonaba la canción It will end in tears, alguien timbró a la puerta. Me acerqué y pregunté. Su voz era inconfundible desde el otro lado de la puerta. Lo invité a pasar. Lucía cansado y algo en sus ojos me decía que había venido por algún motivo importante. Quise abrazarlo, pero al verlo tan frágil temía lastimarlo. Lo dirigí hasta la mesa. Me trajo una botella de vino. Él me decía que las buenas conversaciones siempre están acompañadas de un buen vino. Y por supuesto que estaba de acuerdo. Fui por el sacacorchos. Nunca fui buena usándolo, pero lo había comprado. Mientras él me preguntaba cómo estaba, el sacacorchos decidió lastimar uno de mis dedos cuando abría el vino. Me quejé cual niña llorona. Mi mano que estaba acostumbrada al mouse y teclado de la computadora de la oficina, ahora tenía un pequeño corte rojo y la sangre saludaba. No era para alarmarse, pero como no estaba acostumbrada, me sorprendió. Él no dijo nada. Seguro estaría pensando que hay cosas más dolorosas que eso, como lo que él estaba pasando.
No era psicóloga, ni buena consejera; a mis veintitantos años sentía que no había vivido lo suficiente como para sentirme con derecho de decirle a alguien, lo que le convenía o no hacer. A la final es la vida de cada uno, pero me gustaba escuchar y quizá en eso soy mejor que cuando hablo. Él siempre tenía algo que decir, pero siempre me repetía que se sentía enfermo, viejo y cansado. ¿Dónde leí algo parecido? ¡Bukowski!
«Creo que simplemente estoy enfermo
De la vida, siempre los mismos
Factores fluctuantes
Rancios.»
Poema: ¿Bebe? – Charles Bukowski.
Cuando las palabras se tornaban difíciles de expresar, las canciones siempre ayudaban. Entre música y vino, nos íbamos sincerando. Las miradas eran el juego de ese momento. Podíamos vernos por mucho tiempo sin decirnos absolutamente nada y no porque no tuviera nada que decir, sino que una vez más el miedo me vencía y por dentro gritaba. Lo que quería decir lo captaba en mis ojos y recibió mi abrazo, que yo lenta y tímidamente me acercaba a darle. Por el momento, aquello se convirtió en el elixir para continuar la dura batalla que él ya venía enfrentando.
El vino se acabó y el tiempo también.