Aunque hubiese preferido quedarme en casa como solía hacerlo todos los días, ese viernes hice algo diferente. El viento corría muy fuerte esa noche, justo cuando decidí usar falda, obviamente debajo de la rodilla, no podía mostrar más de mis pálidas piernas. No tenía apuro, no sabía a dónde ir, pero por el momento no quería llegar a la casa, así que caminando por una vereda divisé una casona, llena de luces, con un patio grande y un muro de piedra cubierto de hiedra. Se escuchaba música muy suave, parecía un lugar interesante para pasar el tiempo. Dentro del restaurante comenzaron a sonar los boleros de la noche. Siempre me gustó la música de mis padres. Mis gustos tan antiguos a veces no congeniaban con los de mi generación y eso me convertía en alguien un poco antisocial.
El mesero se acercó y me preguntó para cuántas personas quería la mesa y le respondí que para mi sola, total no esperaba nadie. Pero casi nunca encuentras mesa con una sola silla, así que me llevó hasta una de dos sillas, mantel rojo y sobre ella un florero que tenía rosas blancas, además de una diminuta vela que flameaba breve y con luz tenue como el ambiente de aquel lugar. Era temprano y decidí comenzar bebiendo un mojito. Saqué mi pluma y libreta que cargaba siempre conmigo (por eso me acuerdo casi todo con detalle y nunca sabes cuándo puedes encontrar una buena historia). En ese momento todavía no pasaba nada, pero la música estaba más que bien. Alberto Beltrán, Bienvenido Granda, Leo Marini y muchos otros más, armaron el soundtrack de esa noche.
Pedí un segundo mojito. La gente comenzaba a llegar y no me sorprendía que ninguno fuera de la misma edad que yo. Todos emparejados o en grupos de amigos, señoras y señores, con la vida más que hecha, intentando escapar de su rutina. No quería verme como una mujer a la cual dejaron plantada por ser evidente que la otra silla estaba vacía, pero no me importó. Comencé a describir en mi cuaderno los rasgos de la gente llegaba, cómo iban vestidos, lo que bebían y hasta cómo sonaba la risa de cada uno. Fue realmente increíble percibir los detalles que tiene cada persona, solo hay que poner un poco de atención.
El lugar ya se ponía en ambiente, la gente se dirigía a la pista de baile y yo seguía en planes de bailar con mi tercer mojito, de cualquier modo creo que ya nos estábamos entendiendo muy bien. El salón se llenó, observaba a los demás con una gran emoción y las letras de las canciones comenzaban a confundirme. Sonaba «Te odio y te quiero» de Alberto Beltrán.
Una voz grave sonó desde la puerta de ingreso, como si quiera llamar la atención. Aquel hombre tenía un abrigo gris, usaba bufanda negra y sombrero del mismo color. El mesero le indicó que no habían más mesas adentro, solo quedaban las del patio. Pensé que nadie se atrevía a quedarse allá porque hacía mucho frío, pero igual llegaba la música. El hombre hizo un gesto como si no le importara. No parecía esperar a nadie, así que guardé mi libreta en mi cartera, llevé mi mojito en la mano y lo seguí hasta su mesa.
– ¿Bailas? – le pregunté.
– Mira niña, lo último que bailé fue una canción de Fania All Stars y no creo que el bolero sea tan movido como eso. Pero podría intentarlo, si no te incomoda bailar con alguien viejo como yo.
En ese momento me preguntaba, ¿quién diablos es Fania? Pero no quería quedar en ridículo. Él me pidió que tome asiento. Dejé mi mojito en su mesa y mi cartera sobre la silla.
– Sería un pecado salir a bailar si aún no he bebido nada y tengo que igualarme a la cantidad que tu ya has bebido. – Me comentó.
Le sonreí, me pareció una persona muy interesante y con una elegancia inigualable en su cuarta década. Se quitó el abrigo y el sombrero, pude verlo mejor. Tenía barba gris dejada a propósito de varios días de no rasurarse, su rostro se notaba cansado. Conversamos buen tiempo, hasta que me atreví a preguntarle de nuevo si quería bailar. Además sonaba uno de mis boleros modernos favoritos: «No hay problema» de Pink Martini. Él se puso de pie y me extendió la mano. Conectamos muy bien, me acercó hacía él, rodeando su brazo derecho en mi espalda y tomando su mano izquierda con mi mano derecha. En ese instante me sentí segura, no podíamos dejar de vernos a los ojos mientras bailábamos sobre el pasto verde de aquel patio, era como si nos hubiéramos conocido desde hace mucho tiempo, pero no lograba recordarlo del todo.
Hay cosas, momentos o personas que vuelven a uno, pero no de la misma forma. ¿Quién era aquel hombre?