Crónicas

Los ausentes de la sala de espera

Subió al avión cargado de recuerdos, aún pensado si la decisión que había tomado era la correcta, pero ya no había marcha atrás; su siguiente destino de escala era México. Buscó su asiento, guardó su equipaje de mano que era un violín y mientras se acomodaba, observaba que el resto de pasajeros se ubicara también en sus asientos. Como se esperaba, el avión estaba lleno de mexicanos retornando a su país y otros, como una chica que estaba sentada al lado de él, se dirigía a México porque formaba parte de un grupo de danza que casi llenaba la tercera parte de todo el avión. Su mamá también la acompañaba en esa nueva aventura.

Llegó a Ciudad de México una hora antes de lo que su boleto de avión indicaba, eran las 11:35a.m. Se desabrochó el cinturón de seguridad, se puso de pie y tomó sus cosas para salir. Se dirigió hasta la manga del avión, era corta, como de unos cuarenta metros, pero tenía dos extensiones, no había publicidad en ella y el piso era de color rojo. Toda la gente del avión empezaba a salir, algunos con paciencia, otros apurados.

Era un día soleado y caluroso, se percibía todo el movimiento típico de un aeropuerto, inclusive el impregnado olor a smog que envolvía a la ciudad. Él se dirigió hasta migración, caminando un trecho bastante largo, observando paredes con agujeros que formaban ventanas. El olor a smog desaparecía para ser reemplazada por un aroma a desinfectante. Bajó unas gradas y se formó en la fila hasta que llegó al cubículo de migración donde le revisaron sus documentos.

— ¿De dónde viene? – Preguntó la oficial de migración.

— Ecuador – Respondió él con normalidad.

— Pasaporte y su visa a México, por favor.

— Aquí está mi pasaporte, pero visa no tengo.

La oficial de migración se comunicó con su jefe para plantearle el caso que se había encontrado en ese momento. Llegó el otro oficial encargado y lo llevó a él a otro lado que no era la sala de espera para abordar su próximo vuelo de conexión.

Llegaron hasta una pequeña puerta de una sala donde el oficial habló con una guardia. Ella, una señora de unos cincuenta años aproximadamente, usaba lentes, era de estatura mediana y de cuerpo recio. La guardia atendió las indicaciones del oficial de migración y le indica al nuevo detenido que tome asiento dentro de la sala. Era pequeña de paredes de vidrio opaco, solo habían cuatro filas de sillas de cinco asientos cada una y había un televisor.

Él ya sentado y dejando su equipaje de mano en el suelo, sacó su celular y buscó conexión a internet. Logró conectarse a una red por apenas cinco minutos, lo suficiente para haber avisado a su hermana de que llegó bien a Ciudad de México, pero no le contó lo que le estaba sucediendo en ese momento para no preocuparla. Guardó su celular y miró dentro de la sala buscando si había un baño, pero no lo encontró, entonces se acercó a la guardia y le dijo:

— Disculpe, sé que me ve raro, pero ¿puedo pedirle un favor? Necesito ir al baño, ya que en el avión mientras viajaba no pude ir.

— Bueno, pero vas con un guardia, ya lo llamo. – Respondió ella.

Él agradecido volvió a su asiento y esperó a que el otro guardia viniera para que lo escolte hasta el baño. Pasaron cinco minutos más o menos, llegó un chico, era el guardia, quien también era de estatura mediana.

— Oye tú, muévete que ya te van acompañar al baño, pero no te escapes. – Exclamó el guardia.

— No me voy a escapar. – Respondió él un poco reprimido.

El otro guardia lo escoltó hasta el baño, se quedó en la puerta esperándolo. Para su mala suerte, al ingresar se dio cuenta que estaba lleno. Se demoró un poco esperando que los demás lo desocuparan. Él salió y el guardia lo vio con cara de enojo por haberse demorado. Se regresaron a la sala donde estaba. La guardia lo recibe nuevamente y le dijo:

— Mira si estás aquí es por esta razón, supongo que viniste de tu país sin visa para México.

— Pero a mí me dijeron que no necesitaba visa, según el acuerdo entre el país de donde vengo y México. Eso me dijeron en la embajada. – Expresó él como si sus palabras fueran a revertir todo lo que le estaba pasando.

— Ese acuerdo aún no está vigente. Tiene que validarse en el sistema actual. – Respondió la guardia.

Ella le pidió que espere en su asiento porque lo van a cambiar de sala, ya que no podía quedarse allí. Él se quedó pensando que ya siendo medio día aún no había almorzado y sacó unos caramelos de tamarindo para saborear mientras esperaba. Al desenvolver uno, le ofreció uno a la guardia.

— Perdone que la incomode, por si acaso, ¿no quiere un caramelo?

— Sí, si me gusta, gracias.

— No es nada.

— ¿Tienes hambre?

— Sí, tengo 12 horas de espera para mi próximo vuelo, así que aquí voy a estar.

— Voy a llamar a otra persona para que te traiga algo de comer.

La guardia llamó a alguien por radio. Mientras él esperaba en la misma sala, llegaron unos técnicos para arreglar el televisor que estaba allí.

— Es que se dañó la tele, hace días que no funciona, vas a ver tele por lo menos un rato. – Contó la guardia con más confianza.

Después de un momento, el televisor ya funcionaba.

— Toma el control, escoge el canal que quieras ver.

Ella se puso de pie y conversó con los técnicos que arreglaron el televisor y se pusieron al día con los chismes del aeropuerto. En un lugar tan transitando como ese, siempre hay historias que contar. Los técnicos se despidieron de la guardia y minutos después llega una señora.

— ¡Oiga, venga! – dijo la guardia. Ella es la señora que le va a traer algo de comer.

— ¿En serio?

— Sí.

— Traiga lo que sea, tengo hambre. – Respondió él con un poco desesperación.

— Hay una milanesa de pollo y nada más. – Indicó la señora.

— Traiga lo que asome, no tengo problema.

— Espera unos 20 minutos, ya regreso.

— De aquí no me voy a mover.

La señora del almuerzo se fue riendo. Justo después llegó otra persona a la sala donde él estaba. Le había sucedido lo mismo, no tenía visa de ingreso a México. Al parecer a muchas personas les sucedía lo mismo. Esta nueva persona venía de un país de Centroamérica. La señora de la comida regresó:

— Son cinco pesos

— ¿Qué? No tengo cinco pesos. Tengo dólares, ¿le sirve?

Y la señora se fue con sus dólares. Regresó la guardia y le vio a él mientras comía. En el plato que le trajeron tenía una milanesa gigante acompañado con arroz y salsa. En otro plato aparte habían muchas tortillas de maíz; unas veinte quizás, tres guineos, jugó de limón y ají. Mientras veía en la televisión un canal donde transmitían fútbol local, él comió primero las tortillas, las cubrió con aquella salsa roja que era el ají y que picaba demasiado, realmente era demasiado. Comió unas tres tortillas más, se tomó el jugo y el resto de comida se lo guardó para más tarde. Cinco minutos después recibe el aviso de que lo cambiarán de sala. Recogió todo lo que tenía, incluido su violín y le agradeció a la guardia por la comida que le consiguió.

Subió hasta la otra planta, era un escalera en forma de caracol. La gente alrededor del lugar lo veían raro. No era normal estar allí porque era como una especie de cárcel. Siguió por el pasillo y entró a una sala donde se encontraba otra guardia de baja estatura con el cabello color café, usaba lentes, tenía los ojos azules y era algo corpulenta, eso sí, con una voz muy dulce. Y le pidió que llenara sus datos en una hoja.

— Mira esta es la sala de espera. Todo los que están aquí están en tránsito o no tienen visa, aquí no se les dará comida y no puedes salir, no hay internet, pero hay baños, televisión y hay colchonetas; puedes dormir donde te dé la gana. También hay agua para beber. Siéntate y no te pases para este lado donde estoy yo.

Caminó hasta el otro cuarto donde estaban las colchonetas, estaban magulladas y eran de color azul oscuro. No había gente, solo él. El piso alfombrado también era de color azul. Una película transmitían en la televisión. Él se quedó en el cuarto del fondo, sacó una colchoneta, la acomodó y se acostó sobre ella, poniendo de almohada su violín, sacó su celular para escuchar música, mientras ponía a cargar su mp3. Se durmió un par de horas.

Al despertar, él no sabía qué hacer. En realidad, no había mucho por hacer mientras estaba encerrado en ese lugar. Abrió el estuche del violín, estaba desarmado; lo llevaba así para que no se dañe debido a la presión del avión. Lo armó cuerda por cuerda y posteriormente lo afinaba. Como no había Wi-Fi para perderse un rato entre las redes sociales, empezó a recordar todas las canciones que ya había aprendido a tocar:

  • ‘Minuet en G Mayor’ de Bach.
  • ‘Humoresque’ de Antonin Dvorak
  • ‘Estrellita dónde estás’
  •  ‘Long, Long Ago’ de T.H. Bayly
  •  ‘Gavotte’ de J. Becker
  • ‘Los dos granaderos’ de Schumann.
  • ‘Judas Maccabaeus’ de Haendel.
  • ‘Musette’ de Bach
  • Waltz de Brahms
  • ‘Minuetto’ de Luigi Boccherini.
  • ‘Brujas danzantes’ de Paganini.
  • ‘Coro de cazadores’ de C.M. Von Weber.

Y así pasaron alrededor de dos horas tocando el violín. Finalmente lo desarmó y guardó nuevamente en su estuche. Pasó a la otra habitación, ya no estaba solo como creía que estaba, habían dos mujeres y tres hombres. Lo vieron raro y se dirigió a tomar agua, sentía vergüenza al percatarse que más gente lo había escuchado tocar el violín.

— ¿Puedo tomar agua? – preguntó nervioso a la guardia.

— Sí, sigue nomás. Toma la que quieras.

— Gracias.

— ¿Tú eres el que tocaba el violín?

— Ah, ¿se escuchó?

— Pues sí, si se escuchó y te escucharon todos – expresó la guardia mientras sonreía.

— Pero tocas muy bonito.

— (Mierda, pensó). ¡Gracias!

— Deberías volver a tocar.

— No, ya no, ya me dio vergüenza.

— No, tocas muy bien.

Sonrojado y medio sonreído miró el reloj que había en la pared. Se percató de las horas que ya habían transcurrido. Regresó a su cuarto donde estaba solo. Se puso los audífonos y escuchó algo de música. Sonaba ‘Waking Aida’. Comió el resto de comida que había guardado y seguía escuchando música, su selección favorita de música post rock.

Se dirigió nuevamente hasta la otra sala donde estaban esas personas. Las chicas conversaban en voz alta. Gritaban que querían Wi-Fi para poder comunicarse con sus familias. Una de ellas era dominicana y la otra de Puerto Rico. Él solo veía la televisión. En eso otro guardia trajo a alguien más a la sala, era un chico algo pasado de peso y tenía barba de varios de días de no rasurarse. Él contaba que había estado en la frontera mexicana del lado que conectaba con Guatemala. Había llegado por tierra desde Venezuela. «La migra» lo atrapó porque estaba sin papeles. Su plan inicial era llegar a Estados Unidos. Llegó un policía a la sala, le dieron comida y al finalizar, este se lo llevó deportado al primer vuelo que regresase para Venezuela. Un sueño que había quedado a medio camino.

Las chicas que estaban también en la sala, se dirigía una hacia Estados Unidos y la otra a España. Otro de los que estaba allí, venía de Europa, tenía una camiseta del Barça. Era el típico latino al que se la había pegado el acento castellano por vivir algunos años en España. Contaba que se iba para Milagro, una ciudad del Ecuador, para ver a su familia. Tampoco tenía visa para México y por eso estaba allí.

Ya eran cerca de las nueve de la noche. Él seguía viendo televisión. La guardia comentó que iba a llegar una señora que vendía postres. Le dijo que si quería, solamente si tenía algo de chocolate, sino no. Llegó la señora, que resultó ser la misma que le había vendido la milanesa más temprano. Para su mala suerte, solo tenía postres de calabaza y frutilla, pero a él la calabaza no le gustaba y las frutillas le daban a alergia.

Se disculpó al negarse a comer dichos postres y se reía por haberse encontrado de nuevo a la señora. Siguió viendo ‘Búsqueda implacable’ en la televisión, ya que no tenía nada más que hacer en ese momento.

Eran ya casi las once de la noche y llegó un chico que conversó con la guardia. También trabajaba en el aeropuerto, era moreno de baja estatura y cabello rizado, dijo llamarse Miguel. Se acercó hasta donde él y el otro señor con acento españolizado y les dijo:

—  Su vuelo sale 11:30p.m. Recoge tus cosas, ya nos vamos. Me voy llevando al otro también. – Explicó a la guardia. Firmen la hora de salida.

Los dos se alistaban con sus cosas para salir de la sala. Se dirigieron hacia otro lugar donde les iban a revisar su equipaje de mano. Estaba una chica joven de veintitantos años y otra de aspecto mucho más joven.

— ¿Qué llevas allí?

—  ¡Ah! Un violín.

—  Abra el estuche, por favor.

Lo abrió, el violín estaba desarmado y una de ellas comentó que siempre le había gustado la idea de aprender a tocar violín, pero que nunca había tenido tiempo.

—  Este violín es más pequeño. Tengo otro más grande en mi casa.

— No había visto un violín de cerca. – Dijo una de las chicas guardias.

— Si deberías tocar.

—  Sí, debería hacerlo.

Mientras al otro señor españolizado le revisaban su equipaje, lo observaban de modo raro. Finalizó la revisión y Miguel, el guardia, llevó primero al señor hasta la zona de embarque de su vuelo y después a él en el otro andén. Mientras se dirigían hasta allá, conversaban:

— ¿De qué equipo eres?

— Soy del Cruz Azul – respondió Miguel.

— ¿Y qué tal va tu presidente?

—  Hace tonteras, no parece presidente. Oye Miguel, tengo hambre ¿dónde puedo comer?

Miguel lo llevó hasta la terminal 36 y le dijo que lo iba a esperar mientras él compraba algo de comer. Apenas le dio cinco minutos. Caminó rápido hasta la tienda, compró dos sándwiches de pernil que tenía lechuga, mayonesa y tomate. La que le vendió el sándwich, al verlo cargar su violín le preguntó:

— ¿Tocas violín?

— Sí.

— Mis hijos tocan violín. Uno de ellos tiene 9 años y el otro 7. Los dos tocan violín.

— ¡Ah! Seguro cuando usted cumple años le tocan ‘Las Mañanitas’.

—  Sí, eso es tradicional de aquí. – me respondió sonriendo.

Se despidió y fue nuevamente donde Miguel. Lo apuró, ya estaban un poco retrasados para hacerlo abordar en su vuelo. Llegaron a la puerta de embarque. Miguel mostró los documento de él y lo hicieron ingresar primero, incluso antes que los pasajeros Premium. Se dirigieron hasta la manga para que pueda abordar el avión y él le preguntó:

— ¿Siempre trabajaste aquí en el aeropuerto?

— Sí, siempre fui guardia, pero también estudio para ser abogado. Estudio a distancia. Ya llevo cuatro años aquí. ¿Y tú?

—  Yo daba clases de violín.

—  ¿Te gusta el fútbol?

—  Sí, pero se pelean mucho entre equipos. Veo solo cuando juega la selección.

— Bueno, ya llegamos. Aquí te dejo.

—  Si vuelvo, espero no estar metido en ese cuarto.

Él se despidió de Miguel. Se dirigió hasta su asiento que era cerca del ala del avión y no tenía ventana, se acomodó y observó como poco a poco el avión se llenaba de pasajeros. A su lado se sentó de golpe un chino y después otro señor. Puso música y en medio de las típicas instrucciones de las aeromozas, se durmió. Un nuevo camino estaba por empezar.

Crónica basada en hechos reales (2016).

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